Resulta que en este feudo de autoritarismo light que hay en San Rafael, ¡un empleado que trabaja en el sector privado, pudo ser despedido por el simple "crimen" de expresar una opinión! ¿Qué somos, Cuba? ¿Venezuela? ¿O peor aún, un taller literario con Cristina Fernández como maestra, donde solo podés escribir lo que ella quiere escuchar? Porque eso es lo que pasa cuando el estado mete sus manos inmundas en cada rincón de la sociedad: el miedo a la disidencia, la imposición de un relato único, y la censura, todo con la bendición de esos políticos que se creen dioses pero apenas son un rejunte de burócratas chorros e ineptos.
Patético y a la vez peligroso resulta que desde la mismísima intendencia se estén haciendo llamados telefónicos, cual policía del pensamiento, para destruir la vida laboral de una persona por el mero hecho de expresar una idea. ¿Dónde está la libertad de expresión? ¡No existe! Porque para estos totalitarios disfrazados de "buenos gestores", cualquier voz que se salga del molde es automáticamente perseguida. Y si no es perseguida, es comprada, no hay medio de comunicación dentro del departamento que no sea obsecuente y rastrero.
¿Y saben qué es lo más irónico? Que seguramente estos mismos hipócritas de la Muni de San Rafael después se llenan la boca hablando de democracia, de derechos humanos y de inclusión. ¡Mentira! Su "inclusión" solo incluye a los que se alinean al relato; su democracia es una pantalla para legitimar la tiranía; y sus derechos humanos no aplican para el ciudadano común, solo para los cómplices de su sistema podrido.
Por eso insisto, una vez más, en que el problema no es solo político, es moral. Hemos permitido que los peores exponentes de la sociedad trepen al poder y hoy manejen nuestras vidas como si fueran dueños de nuestras almas. Pero no, no son dueños de nada. Y mucho menos de nuestra libertad de pensamiento.
San Rafael no necesita más caciques autoritarios que llaman a cualquier empresario para ejecutar despidos por encargo. San Rafael necesita ciudadanos valientes que digan basta, que se planten contra la opresión disfrazada de gestión y que luchen por el único motor que puede salvarnos de esta decadencia: la defensa del individuo contra la opresión de cualquier estado feudal.
Siempre tengamos en cuenta algo: mientras más nos persigan por nuestras ideas, más debemos creer en ellas.
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